1728 Capilla de Nuestra Señora de los Remedios
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Indudablemente uno de los varones más ilustres que llegaron de España a esta ciudad fue Fray José Arlegui, hombre docto en ciencias y artes; a él se debe la crónica de la provincia franciscano de los Zacatecas. Este hombre que además de ser sabio fue profundamente virtuoso, vio la luz primera en la Villa de la Guardia, provincia de Alva; sus padres fueron José Arlegui y Ana San Martín, vecinos de esa villa que pertenecía a la corte de Navarra. El Padre Arlegui tomó el hábito franciscano el 6 de julio de 1701 en el Convento de San Francisco de Victoria de manos de su Guardián Fr. Buenaventura de Antecha. Arribó a Nueva España hacia el año de 1712 ó 1715, y San Luis Potosí tuvo la fortuna de recibirlo hacia el año de 1717, lo que se deduce del hecho de que ya su firma aparece después de celebrado el Capítulo provincial el 31 de enero de 1717.
En el Capítulo provincial celebrado en San Luis Potosí el 1° de septiembre de 1725 el padre Arlegui es electo Ministro Provincial, cargo que desempeñó con eficacia, en virtud de que realizó importantes mejoras al convento, tanto en el aspecto arquitectónico, como en la adquisición de muebles alhajas, y dio un gran impulso a la biblioteca del convento.
Su gran personalidad y elocuencia le ganaron un abundante número de amigos y bienhechores que lo apoyaron y ayudaron a llevar a efecto todos sus proyectos. Uno de esos amigos fue el Síndico don José de Erreparaz, principal bienhechor de la obra franciscano en San Luis Potosí.
En el año de 1734, se le encomendó a Fr. José Arlegui redactar la Crónica franciscana.
Este santo religioso profesaba un gran amor a la Virgen María bajo la Advocación de ''Nuestra Señora de los Remedios'', cuya imagen guardaba con gran celo y veneración. Decidió construir un templo a esta imagen en reconocimiento a los singulares favores que de ella había recibido y comenzó la obra el día 8 de septiembre de 1728 con un capital de cincuenta pesos.
Este pequeño templo es también parte del conjunto arquitectónico del convento franciscano y por consiguiente participó del atrio común con San Francisco y Tercera Orden, y al igual que este último templo, su fachada mira hacia el norte; por el poniente colinda con el mismo templo Terciario; al oriente, con la actual calle de Vallejo, y al sur con fincas particulares que antaño fueron terrenos del Convento.
De esta manera la plaza de San Francisco se convierte en una verdadera ciudadela religiosa en un ambiente criollo de prosapia hispánica.
Por sus pequeñas dimensiones el templo carece de cúpula y cruceros. La fachada es muy severa pero armoniosa y remata en una austera espadaña de tres vanos campaniles.
La planta arquitectónica de este templo se compone de una nave formada por cuatro bóvedas de arista y su orientación es de norte a sur.
Inmediatamente después de trasponer la puerta principal se encuentra el sotacoro; a mano derecha está una pequeña capilla que antaño estuvo dedicada a la Virgen de Aránzazu cuyo retablo sobredorado fue destruido juntamente con un sin número de obras de arte. En esta capilla actualmente se aloja el culto a Nuestra Señora de las Tres Avemarías.
Pasando el sotacoro, en el muro oriente, existe un nicho de dimensiones regulares en donde se custodia la bellísima escultura a quien Fray José Arlegui dedicó el Templo: Nuestra Señora de los Remedios.
El Presbiterio fue modificado a principios de este siglo. Tras éste se encuentra un espacio que iba a ser destinado al camarín de la Virgen y que actualmente se usa como sacristía.
Algunas de las pinturas que se conservan en el templo son de Elías de la Cerda y de Margarito Vela.
Hacia 1908 el templo fue decorado por el pintor Jesús L. Sánchez, decoración que en 1949 fue renovada por el maestro Moreno.
Como ya hemos visto, la fachada del templo es de menor jerarquía arquitectónica que San Francisco y Tercer Orden; no obstante, ofrece un planteamiento armónico de gran plasticidad. Se compone de tres cuerpos: en el primero la puerta de acceso presenta un arco de medio punto de cantera flanqueado por dos pilastras estriadas de buena composición. Una cornisa de regulares dimensiones divide el primer cuerpo del segundo.
La ventana del coro, elemento central en la composición, del segundo cuerpo, ofrece un severo marco de cantera que está flanqueado por pilastras de estuco que alcanzan los límites del tercer cuerpo. Vale la pena admirar esta ventana, pues, además de que ilumina el coro y parte de la nave, guarda una gran proporción con toda la fachada. Es un elemento que se sale de lo común debido a que no suelen encontrarse en la arquitectura barroca novohispana vanos en los que predomine la verticalidad de manera tan acentuada como en este caso.
El tercer cuerpo de esta fachada se compone de un solo elemento que es el nicho de la Virgen de los Remedios, el cual, a pesar de ser tan pequeño, está trabajado con gran esmero. El remate de la fachada, como ya hemos dicho, es una espadaña de tres vanos campaniles que guardan buena proporción con todo el frontispicio.
Una sola obra de arte basta para que a un recinto arquitectónico, consagrado al culto religioso se le conceda el título de monumento.
El templo de Nuestra Señora de los Remedios se encuentra en este caso, ya que en su interior se custodia una escultura de inestimable valor; dicha es cultura representa a Nuestra Señora de los Remedios, tallada en madera, de factura española del siglo XVII. Para probar esta última aseveración, el arquitecto Rafael Morales Bocarda presenta dos argumentos. El primero es que si el P. José Arlegui nació en 1686 de una familia de ejemplar vida católica, posiblemente la imagen fue propiedad de la familia. La segunda posibilidad es que la haya adquirido en alguno de los conventos franciscanos en los que vivió en España; recuérdese que tomó el hábito franciscano el 6 de julio de 1701. Por consiguiente la escultura es española y del siglo XVII.
La escultura de la Virgen de los Remedios mide apenas 25 cm de altura, el encarnado en cara y manos, tanto de la Virgen como del niño Jesús, es de gran calidad; los ojos de ambos son de vidrio magistralmente trabajados, el vestido de la Virgen, tallado también en madera, muestra gran exquisitez en su talla.
Es de color blanco por lo que resaltan los hermosos diseños pintados sobre este fondo, con base al rojo, al oro y al verde. El manto, cetro, corona y basamento son aderezos que completan la obra y pertenecen al Siglo XVIII. El manto de la Virgen es de color blanco y el forro amarillo, bordado con hilo de oro y enriquecido con una gran cantidad de perlas y piedras preciosas. La figura se encuentra sobre un octágono a manera de pedestal, y en sus tres caras frontales ostenta los siguientes escudos: al centro el monograma de María, a la derecha el escudo franciscano, y a la izquierda el escudo de armas de la ciudad de San Luis Potosí, todos ellos realizados en plata. Bajo los escudos y rodeada de piedras preciosas se encuentra una media luna de gran tamaño, de plata maciza, en cuyas superficies biseladas, presenta ricos diseños con motivos vegetales.
Esta imagen, que por más de dos siglos ha recibido las plegarias y amor de los potosinos, es sin duda una de las manifestaciones artísticas más valiosas de la ciudad.