Guillermo Tritschler y Cordova - Cronologias San Luis Potosi

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Guillermo Tritschler y Cordova

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Excmo. Sr. Arz. Dr. y Maestro Don Guillermo Tritschler y Cordova

Guillermo Tritschler y Córdova nació el día 6 de julio del año 1878, en la pequeña y apartada ciudad de Chalchicomula, Estado de puebla, México, hijo de cristiano matrimonio de Don Martin Tritschler y Doña Rosa Córdova; fué bautizado y confirmado en la iglesia parroquial de esta misma ciudad, en la cual también recibió su primera comunión.

A la edad de 10 años fue llevado a Roma, e ingresó como alumno de Humanidades en el Pontificio Colegio Pío Latino Americano, donde había de vivir durante catorce años hasta su regreso a México; inscrito después en la Universidad Gregoriana hizo en grande aprovechamiento los estudios de Filosofía, Teología y Derecho Canónico graduándose de Doctor en dichas facultades, con merecido elogio de sus maestros y aplauso de sus con-discípulos.
Durante sus estancia en Roma manifestó gran solicitud por el progreso en las ciencias eclesiásticas, pero mayor fué su cuidado por adelantar en la virtud, y adquirir la santidad que exige el sacerdocio; su conducta fué siempre ejemplar, y la observó en forma sencilla y natural, con grande aprecio por ello de sus superiores, y no menor estima de sus compañeros, que bien conocían sus virtudes y su ciencia.

Habiendo regresado a México, fue consagrado sacerdote, en la ciudad de Puebla el día 19 Junio de 1904, por su hermano, Don Martin Tritschler, Arzobispo de Yucatán, y celebro su primera misa en el Santuario Mariano de Ocotlán Tlaxcala, a los dos días de su consagración sacerdotal. Poco después fue designado al magisterio en el Seminario Conciliar de la Ciudad de México, para enseñar sucesivamente Humanidades, Filosofía y Teología, durante veintiséis años, terminando como director espiritual, cargo en el que, incansable, desarrollo su obra, callada, muy peculiar suya, la dirección espiritual de las almas y formación de espíritu eclesiástico en los candidatos al sacerdocio, quienes al correr de los tiempos formaran una pléyade de sacerdotes virtuosos, fieles a su dignidad y misión, a la altura de los tiempos de prueba en la persecución religiosa; procuro grabar en ellos la devoción a la Sagrada Eucaristía, el amor filial a la Santísima Virgen Maria, y la obediencia y adhesión al Sumo Pontífice el Papa. Les hizo apreciar la liturgia, de la cual era observante en sumo grado, y el grado gregoriano; formó también en ellos el sentido del arte cristiano, como medio para cautivar y fomentar la piedad en los fieles.


Si fue forjador de almas sacerdotales, fue también sabio director de muchas almas de congregaciones religiosas, y aun de no pocos seglares, que siempre lo buscaban en el tribunal de la penitencia, y anhelaban sus consejos y sus luces.

Fue apóstol infatigable, ejemplar, en la enseñanza de la doctrina cristiana, que con suma claridad y sencillez impartía en varios templos de las colonias pobres de la ciudad de México; aprovechaba las vacaciones lectivas del Seminario para ir a los pequeños poblados ya las parroquias rurales, a convivir con los párrocos y ayudarles en su obra ministerial. Su apostolado catequístico cristalizó entonces en el nacimiento de un actual floreciente Congregación Religiosa, denominada Misioneras Catequistas de los Sagrados Corazones de Jesús y María, que lo estiman y veneran como su Padre Fundador.

Cuando se desato la persecución religiosa en México, años de 1926 a 1929, invadido el seminario por las huestes perseguidoras, y llevados a prisión maestros y alumnos, habiendo quedado él a salvo por no estar en el Seminario en el momento de la invasión, trabajó por la libertad así de maestros como de los alumnos, y también de que no les faltase alimento en la prisión. A su gestión suya, y arrostrando los peligros de la persecución, se fundaron secciones substitutas del Seminario en varios lugares de la ciudad, a fin de que los seminaristas volvieran a la vida de comunidad y prosiguieran sus estudios; en todos esos lugares semiocultos, no dejo de impartir a los mismos seminaristas la asistencia espiritual, ayudándoles a la vez con su ejemplo de grande entereza.

Terminada la persecución religiosa, y gozando ya la iglesia de una relativa libertad, fue nombrado Canónigo Penitenciario de la Catedral Metropolitana de México, oficio que acepto por obediencia y que le dio la oportunidad de seguir desarrollando con mayor amplitud si ministerio singular de director de almas; su confesionario, aun fuera de las horas del servicio coral, estaba siempre rodeado de toda clase de personas, singularmente singulares, que esperaban de él sus sabios y prudentes consejos.

Los recuerdos mas salientes, que hasta la fecha perduran de toda esa época sacerdotal, son la amabilidad y paciencia que mostró siempre con los niños, la bondad con las personas mayores, y la gran caridad con los pobres y necesitados; y con todos el sentido de Dios, que con su trato inspiraba siempre.

El Papa Pío XI lo preconizó Obispo para la diócesis de San Luis Potosí, y al serle comunicada esta designación, llevado por su sincera humildad, escribió a Roma, rogando que fuera eximido e tan alta dignidad, exponiendo las siguientes razones: porque no sabia predicar, y el obispo no cumple con su deber si no predica; porque no sabia escribir el obispo debería escribir cartas pastorales; porque nunca había ejercitado autoridad sobre alguna persona, ni sabia reprender; y finalmente porque no sabia manejar dinero. Nada consiguió con tales razones que reflejaban su sencillez y humildad, pues la Santa Sede publicó su nombramiento, y fue ordenado obispo por su mismo hermano, el todavía Arzobispo de Yucatán, Don Martin Tritschler y Córdova, en la basílica Nacional de Santa Maria de Guadalupe, el día 22 de abril de 1931.
Ordenado ya Obispó de San Luis quiso tomar posesión de su diócesis poco antes de la fiesta de pentecostés, a fin de prepararse con todos sus diocesanos a celebrar de la mejor manera esta festividad e implorar así las luces del Espíritu Santo.

Diez años después fue promovido al arzobispado metropolitano de Monterrey, y al tomar posesión de sus nueva Diócesis hizo votos porque se avivara mas la fe del pueblo, con la firme esperanza de que la ciudad de Monterrey, capital del Estado y centro importante de masas obreras fuera con favor de Dios, el terreno mas apto para realizar la aspiración de armonía en todas las clases sociales, basada en la justicia social y en la caridad cristiana.

En una y otra diócesis desplegó infatigable celo pastoral por la grey que le había sido encomendado, basado siempre en el esfuerzo constante de su santificación propia. Como matiz especial de su vida espiritual y a la vez pastoral fue la solida devoción a la Santísima Trinidad, y en particular al Padre Celestial, del cual decía: Lo tenemos un tanto olvidado, lo citamos y lo recomendamos las mas de las veces en teoría, en doctrina, pero no en la intimidad filial; todos tratamos a Cristo como mediador, por él se llega al Padre; con el Espíritu Santo también tenemos comunicación pidiendo su luz, su amor , su gracia, lo cual esta muy bien y debemos fomentarlo; mas conviene relacionarnos con al primera persona divina, y comunicarnos con ella de manera mas inmediata, filial, confidencial, llenos de confianza, es nuestro Padre. Constantemente trataba de inculcar a los diocesanos sus sistema espiritual de la intimidad filial y confiada con nuestro Padre Dios, así como cuando hablaba a los fieles, aunque fuera en la mas humilde capilla rural, como en los templos de las ciudades, ya en las visitas pastorales, ya en las grandes solemnidades; en todas estas ocasiones iniciaba siempre sus platicas en instrucciones catequísticas con la doxología a la augusta Trinidad, añadiendo tres Ave Marías.

Igualmente enseñaba que para ser un alma sencilla y humilde, debía uno ser amante de la Sagrada Eucaristía, y trabajar mucho porque todos amaran y recibieran este sacramento. Con insistencia recomendaba a sus diocesanos la frecuencia de la sagrada comunión. A sus sacerdotes aconsejaba que por todo los medios e industrias fomentaran la adoración y el culto a la Sagrada Eucaristía, haciéndoles ver que el nivel de la piedad y santidad de un pueblo se estima por el número de comuniones sacramentales, por las visitas al Santísimo Sacramento, por la participación activa en la santa Misa, y también por el rezo del Rosario a la Virgen Santísima.

En cuanto al culto y devoción a la Santísima Virgen Maria, profesaba un amor profundo y filial a la augusta Madre de Dios; lo recomendaba y mucho a los sacerdotes y a los seminaristas, a las religiosas a todos los seglares que trataba; era propagador asiduo y entusiasta del Santo Rosario meditado, ésta fue una de sus prácticas piadosas, constantes y marcadas. En una de sus Cartas Circulares dirigida a sus diocesanos, decía: la tarde, 14 de Mayo de 1931, víspera de la toma de posesión de San Luis Potosí, al venir de México, quise traspasar los limites de la diócesis rezando por el triunfo de esta devoción, porque domine por todos ámbitos de la diócesis, porque desaparezcan las inveteradas rutinas que sofocan su desarrollo en extensión y profundidad.

El Seminario diocesano fue siempre su preocupación constante, y puso en la formación de los seminaristas toda su atención y todo su celo pastoral; el Seminario era para él su pusillus grex en el cual tenia puesto el corazón.

Para con los seminaristas fue verdadero padre, lleno de caridad y bondad; visitaba a menudo el Seminario; los primeros viernes de mes allí celebraba la santa misa en honor del Sagrado Corazón de Jesús, y dirigía a los seminaristas una docta platica, teológica, oportuna y practica, con unción y brevedad; se complacía en gran manera en explicarles las epístolas de San Pablo, los comentarios de San Agustín y los principios de espiritualidad de San Francisco de Sales.

Estableció como costumbre que los seminaristas le acompañaran, sobre todo en la vida pastoral, con el fin de tratarlos más de cerca, y formarse así un concepto más cabal de sus cualidades e inclinaciones, y orientarlos discretamente en su vocación. En el mismo seminario dedicaba gran parte del tiempo para que lo entrevistaran y lo consultaran con entera libertad, para ayudarlos y aconsejarlos. En cierta ocasión un candidato al subdiaconado se llegó a él, la víspera de su ordenación, lleno de temores, y le dijo: Señor Obispo, aun no me resuelvo a recibir el subdiaconado, tengo miedo de llegar a ser un sacerdote malo, y él le respondió: guarda siempre en tu corazón ese miedo, pero compra tu Breviario, y adelante Dios, sabe mejor lo que podemos hacer con su gracia.

Antes de conferir las ordenes, llamaba a los aspirantes, y en amena y paternal conversación sondeaba sus intenciones, ideales y aspiraciones, les hacia comprender la excelencia como también las grandes cargas del sacerdocio, y al mismo tiempo las graves necesidades de la diócesis; así aleccionados los candidatos se resolvían de buen grado a recibir las ordenes sagradas, dispuestos a cumplir los serios compromisos que el sacerdote contrae con Dios y con su; iglesia después él procedía con firmeza, ordenaba cuanto era necesario y practicados los trámites según derecho, confería las ordenes siguiendo con fidelidad las normas del ceremonial.

Con los sacerdotes su trato fue siempre prudente y comprensivo, con amabilidad y benignidad de padre sinceridad de amigo; y como tenia el dominio de juicio y de su palabra prudente, jamás se dejaba llevar ni envolver por las primeras impresiones, observaba, meditaba, y pasaba la reflexión, aconsejaba, sugería, convencía aún a los espíritus mas reacios; tenia el don de la comprensión, comprendía a todos y sabia decirles lo que debía hacerse.

En los problemas mas difíciles ya personales, o del ministerio parroquial, los sacerdotes siempre obtenía de él una solución oportuna, convencidos de que estaban respaldados con el Consejo seguro del Prelado que sabia estar sereno y sonreír ante las mayores dificultades, confiado como él mismo decía, " en nuestro Padre Dios, que siempre obra tras los velos de la casualidad". Durante una misión rural en la Huasteca Potosina, se le acercó uno de los sacerdotes, lleno de angustia y turbado porque los fieles no habían aprendido toda la doctrina, y le pregunto: ¿Señor Obispo que hacemos para confesar a las parejas de amancebados y a los niños de primera comunión, si no saben todas las verdades de nuestra fe? El respondió basta que aprendan y comprendan bien que Dios existe y que nos ha de juzgar y premiar; lo demás déjaselo a Nuestro Señor y a su gracia; no es posible que estas pobres almas aprendan todas las tesis de la teología.

Aconsejaba a los sacerdotes el estudio y la oración, especialmente a los recién ordenados. Les decía: lean cada día, siquiera durante media hora, su teología, y si hoy no pueden hacer esta lectura por los ministerios, a la mañana siguiente dedíquenle una hora entera; se admiraran ustedes del gran fruto de esta media hora diaria de repaso y de recuerdo de la ciencia de Dios. Otra cosa que yo nunca omitiría, proseguía diciéndoles, es el rezo de brevario, a medida que envejecemos reflexionamos mas y comprendemos mejor su contenido, tenia también el dominio de la estética y el sentido religioso de la liturgia, y su celo pastoral lo llevo siempre a procurar que la casa material de Dios los templos, fueran en sus líneas arquitectónicas y decoración llenos de espiritualidad conveniente, a fin de promover con mayor dignidad y esplendor el culto divino y todas las ceremonias litúrgicas, encaminando todo a proporcionar siempre a los fieles el recogimiento y la elevación en los recintos sagrados.

Para con todas las demás personas su trato siempre fue de edificación, sencillo y prudente: "Su ciencia y virtudes le ganaron aquí, en San Luis Potosí, las almas; no hay una, que indócil o insumisa, de jara de rendirle; ninguna que en sus mandatos, advertencias o consejos, desconociera el poder de su ejemplo, la rectitud de su juicio, la alteza de su doctrina. Aun en su trato familiar, amigable, todos hemos sentido estar en un varón de singular nobleza, ¿quien le ha visto alzar el tono por desazón o enfado? ¿Qué palabra dura o amarga han vertido sus labios? Siempre sereno, siempre benigno, siempre afable, así en las cosas prósperas como en las adversas, da bien a conocer hallarse muy arriba de las pasiones que nos acosan y veleidades que nos torturan.

El lema de su escudo episcopal "crescamus in illo per omnia" fue la expresión mas fiel, del programa que realizó en toda su vida, ya como director de almas en el sacramento de la confesión, ya como pastor en le gobierno de las dos diócesis confiadas a su cuidado. Su acción pastoral tuvo muchos aspectos y denominaciones, pero toda manaba de un mismo venero: su entrega a Dios como objeto total y termino de su vida.

El fin a que siempre aspiraba era Dios mismo; y de ese fin, de esa sed de Dios brotaba su apostolado, que tenía como punto de partida la oración. Su vida era unión íntima con Dios mediante la oración y aun de la contemplación, no obstante las múltiples atenciones de su cargo sobre todo episcopal. A la oración añadía el ejercicio perseverante de las virtudes sacerdotales, y de los dones del Espíritu Santo, con admirable sencillez, sin actitudes forzadas, ni exageradas, sino con una espiritualidad no común, libre, espontánea, y a la par robusta y varonil. Se mostró siempre varón virtuoso, sacrificado, fuerte hombre de estudio y oración, comprensivo y humano; en su consejo profundo y prudente; en las situaciones complicadas daba la solución mas natural y obvia, con serenidad y tranquilidad de espíritu. Asceta él mismo, y maestro de ascética para los demás; el cuerpo con la higiene, la naturaleza con su arte, la gracia con sus virtudes y el tiempo con su eternidad; fue propugnador incansable del equilibrio psicológico; con cuanta convicción decía, esta frase" después de la gracia de Dios ningún don mayor que unos nervios tranquilos".

Dos grandes principios formaron el cuerpo de su arte admirable para dirigir las conciencias: uno sobrenatural, la paternidad divina, otro natural, el desarrollo tranquilo del propio temperamento y de las propias aptitudes. Estos principios se los aplico así mismo personalmente, y los aplico a las almas que trato de acercar a Dios. " Tata Dios arriba ordena, decía en frase jovial, aunque ese Dios a veces mande contra nuestro modo de pensar, muchas veces nos hace sufrir, pero nosotros, aquí abajo, debemos sujetarnos siempre a su voluntad, hacer la voluntad de Dios, aceptar sus disposiciones con un cuerpo mientras mas sano, mejor, y mientras mas naturalmente y sin esfuerzo, mejor" Y sin embargo, siendo asceta, nunca sentó catedra, a pesar sus firmes principios, sino que enseño como Cristo, al pasar, de pie, o caminando, y no subió a otra catedra que a la de la cruz, por su penitencia, ejemplos de hacer el bien.

"Bastaría una cita para comprender el amor que tenia a Dios, en su mirada, al orar ante el Santísimo Sacramento, y en el aspecto de su rostro se adivinaba el fuego de su corazón, lo amaba; pero, si esta no fuera suficiente para convencerse de este amor, hay otra prueba que yo juzgo indiscutible, esa prueba es el dolor; y Monseñor Tritschler sufrió también: sabed, o recordad, que constantemente maceraba su carne con cilicios, este sacrificio es verdaderamente terrible cuando es constante. Así mostraba su amor con ese sacrificio íntimo, secreto. ¡Cuantos otros sacrificios tendría que pasar en su vida de sacerdote, y sobre todo en su vida de Obispo". Luis Maria Martínez, Arzobispo de México, elogio fúnebre).
Por la mañana antes de amanecer, se disciplinaba todos los días.
Su humildad resplandecía en el acatamiento de todas las disposiciones de la Santa Sede, en la observancia de las normas litúrgicas, en su obediencia pronta, generosa radiante de alegría; se estima siempre servidor de todos. En la tarde del día de su ordenación episcopal al felicitarlo en su habitación, un seminarista su primer familiar, que hacia elogios de la solemnidad de la ordenación de la concurrencia selecta de sacerdotes y personas seglares y de cuanto había acontecido, Monseñor Tritschler intempestivamente se postra ante el seminarista y le besa los pies y le dice: "el obispo no es sino el servidor de sus hermanos, Dios levanta del polvo a quienes de nada valen." Fue como un niño, nunca se preocupo de su persona por ostentación, recibía a todas las personas a la hora que llegaran, y cuando regresaba tarde de sus visitas a los enfermos o recorridos por la ciudad, pasaba al comedor y tomaba lo que hubiere aunque fuera frio, por no molestar a nadie; se alimentaba de preferencia con frutas y verduras, era muy parco en la comida.

La bondad era fruto de su amor "era reflejo de Jesús, sabia sonreír, siempre tenia palabras de bondad exquisitas y delicadas para todos los que a él se acercaban, verdaderamente pudo decir "Vivo, no yo, sino Cristo vive en mi".
Ganaba los corazones por su bondad, que prevenía de su sentido de Dios; bondad sinceramente sencilla, amabilidad de padre y de amigo leal. En el amor sacerdotal aunado a la penetración de su inteligencia, radicaba la rara virtud de intuir la bondad en todos; para él no había por vil o pobre que fuese, que no representase la bondad de Dios, toda criatura era buena, por eso trataba a la persona humana como un individuo concreto y viviente, prescindiendo de sus defectos, y viviendo su bondad y sus cualidades para ganarlo y darse a Dios.

Por su amor sacerdotal, más que por su talento, conocía los misterios del reino de Dios en las almas; ese residuo de bondad lo tomaba en sus manos, lo iluminaba con luz divina, lo impregnaba de Dios, y esperaba pacientemente que la gracia germinara en esa criatura, regándola con cariño, atento siempre sin premuras, observando la acción del Espíritu Santo.

Siempre abrigó en su corazón la caridad y la piedad para todos los pobres, y para cuantos sufrían algunas necesidades del alma o del cuerpo. Tenía ansia de socorrer a todas las miserias humanas; cantidades de dinero en efectivo pasaron por sus manos, y nunca fueron suficientes para sus pobres de México, de San Luis Potosí y de Monterrey; vaciaba sus bolsillos apenas tenia algo de monedas o billetes en ellos. Se desprendía de lo poco que su pobreza le daba, para remediar las necesidades de la viuda, del enfermo, del huérfano; e iba juntando los centavos para el tifoso que había perdido la pierna, o la mano. Las puertas de las cosas episcopales siempre estuvieron abiertas de par en par para los pobres, que tenían un lugar de preferencia en su corazón paternal. Lo que recibía de su congrúa episcopal en efectivo y de las confirmaciones, no le alcanzaba para repartirlo personalmente entre los pobres, añadiendo siempre una palabra oportuna, una mirada amable, un consejo, un consuelo. Cuando alguna vez se le califico de manirroto, replicó "prefiero repartir lo que Dios pone en mis manos, a que me sea estorbo para llegar a él".
Repartía generosamente hasta las prendas de vestir cuando le faltaban monedas en sus bolsillos; daba limosnas a las religiosas necesitadas, a los sacerdotes pobres o ancianos, a los vergonzantes venidos a menos, sin ostentación ni ruido, discretamente; su caridad era inagotable.
Después de una vida, sencilla, humilde no común y pobre, intensamente apostólica y profundamente virtuosa, aceptó con edificación de todos, en el silencio y recogimiento, la enfermedad como prueba final y propia de su sacerdocio, entregando nuevamente su alma al Señor el día 29 de Julio de 1952, en los anexos del Santuario de Nuestra Señora del Roble en la ciudad de Monterrey. Sus restos reposan en la Catedral de esta misma ciudad Episcopal.

Si aun en vida ya muchos lo estimaban como santo, y le atribuían hechos que llamaban milagrosos; ahora después de su muerte a distancia de los años transcurridos, la devoción hacia él no ha disminuido, su sepulcro esta continuamente visitado, lo invocan como intercesor poderoso ante Dios Nuestro Señor en varios lugares de la nación Mexicana, y le agradecen singulares favores, extraordinarios, que el común de los fieles interpreta como milagros.

Bien puede resumirse la opinión publica general, ya de prelados, como sacerdotes y fieles que lo conocieron y trataron, en la siguiente frase: "se ha apagado una antorcha de sabiduría y de virtud en la tierra, y en el cielo de la iglesia mexicana se ha encendido una estrella de santidad sacerdotal".

Fuente: Mons. Aureliano Tapia Méndez (29 de Julio de 1974)
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