1681 Templo de La Merced
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En donde ahora se tiende el Jardín Colón, en los albores de San Luis existía una palma muy enhiesta, muy fornida y muy vieja, en cuya sombra solía sestear el buen capitán don Gabriel Ortiz de Fuenmayor cuando volvía de sus labores en el campo. En cierto día no alcanzó a llegar al abrigo de la palma, porque se desató un tormentón. Quedó muy lejos. Y eso lo salvó, porque sobre la tal palma cayo un rayo que la desgajo. De haber estado allí don Gabriel, de seguro que habría muerto fulminado. Así lo comprendió y, agradecido, levantó en ese terreno de su propiedad una ermita a San Laurencio, el santo del día.
La erigió pronto y se conchabó con los agustinos para que en ella, a partir de 1607, celebraran una misa solemne cada día 10 de agosto. Además, él y su señora esposa cuidaban personalmente del culto en esa ermita. La cual se convirtió en ''lugar de mucho concurso de la gente de la ciudad''.
El capitán Ortiz de Fuenmayor finó en mayo de 1617, al tiempo en que los mercedarios visitaban este pueblo con ánimos de erigir iglesia y convento. Entraron en tratos con doña Isabela Pérez, viuda y heredera del capitán, y ésta les cedió la ermita y solar anexo. En 1622 obtuvieron la licencia de la mitra de Michoacán y en seguida empezaron la fábrica de su convento, no sin fuerte contradicción de los franciscanos y agustinos.
Llegó el punto en que la ermita les pareció pequeña y pobre a los redentores de cautivos, y el 20 de julio de 1681 colocaron muy rumbosamente la ''piedra fundamental" de una nueva iglesia. La lámina de cobre con la leyenda que lo testifica, se conserva entre los tesoros de nuestra universidad. Para dar lugar a esta iglesia, en 1680 fue menester derribar la vieja ermita. Había estado en pie cosa de setenta y cinco años mal contados.
Fray Francisco Antonio de Jara según el cronista Pareja ''hizo con artífice diestro una planta muy hermosa de templo que tiene 42 varas de largo en el hueco de ella y 10 varas de ancho -5.28 por 8.20 mts.- con otras varas que tiene el crucero de la capilla mayor, a 4 varas por banda. Esta se fue haciendo de piedra y cal toda, con firmes cimientos y una sacristía muy capaz, con sus puertas muy curiosas que salen de la sacristía para el altar mayor". Concluida a fines de 1685, fue dedicada en enero siguiente a Nuestra Señora de la Merced Redención de Cautivos. Con el tiempo se. enriqueció esta iglesia, hasta convertirse en una de las más valiosas joyas arquitectónicas potosinas: retablos, esculturas, pinturas, alhajas.
Por 1760, en plena época barroca estípite, contaba ya con ocho altares, o sea, con ocho retablos de madera sobredorada, de tres cuerpos cada uno y tres carreras. Y todavía en 1765 "se puso un colateral de María Santísima de la Luz, con su repisa dorada y sus marcos dorados y un nicho con su vidriera''. En 1780 "se hizo nuevo el altar mayor y en proporción de pasarse los doce apóstoles de bulto, ya estofados y dorados". El templo, con todas estas mejoras, adquirió en el interior su forma definitiva: nueve altares, en los que había lo mismo imágenes de bulto, "estofadas y doradas", que lienzos. En 1782 se demolió la torre original y quedó "la torre hecha de nuevo con balcones de fierro, su veleta con cruz de Caravaca, toda pintada de verde, una campana y cuatro esquilas”. Adornaban el interior dos grandes y hermosos candiles en forma de barco, regalo del capitán don José Maria Otahegui, en 1787, que hoy lucen, uno, en el templo de San Francisco otro en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, que fue a donde se acogieron los mercedarios y fueron muriendo uno a uno.
En el exterior, además de la cúpula, semejante en elegancia a la del Santuario y a la de San Francisco, tenía dos torres: la pequeña, de un cuerpo, y la grande, del lado poniente, de dos cuerpos, con sus cuatro vanos campaneros y un raro, original y precioso capulín en forma de corona real.
El conjunto ocupaba toda la manzana que hoy llenan el Jardín Colón y el Mercado. La fachada de la iglesia daba a la calle de Zaragoza; al lado poniente, el cementerio, con un esbelto arco de entrada, coronado por el escudo de la orden, que hoy se conserva en la Casa de la Cultura; al lado oriente, el convento; atrás, la pequeña huerta.
Más que por el exterior, por el arte barroco estípite de su interior., y sus estofados y lienzos, la iglesia de la Merced fue la más preciada joya artística de San Luis.
Pero llegó uno de tantos forajidos, un tal Jesús González Ortega -que acabó sus días loco, en terca y muda plática con los espíritus- y ordeno la demolición de todo el conjunto. Ya antes habían expulsado a los religiosos. El 24 de marzo de 1862, con el fiero apoyo de las bayonetas, empezó la demolición. No quedó más que un enorme tendido de escombros.
Muro testigo ocular escribió que "de la enorme cantidad de materiales se hizo, como vulgarmente se dice, cera y pabilo, pues todo el que tenía alguna amistad con las autoridades, obtenía permiso para disponer de lo que quería". Así se edificaron varias casas de políticos. El suelo yermo quedó convertido en basurero.
Comenta a este propósito el Dr. de la Maza: Bastaba este detalle -el de la original torre- para conservar esta iglesia. Pero el siglo pasado no entendió ni de arte, ni de historia, ni de urbanística. La Merced cerraba la ciudad de San Luis por el sur, en la forma elegantísima de un templo que se veía desde la plaza principal. Los hombres del siglo pasado creyeron que abrir calles o prolongarlas, era el "progreso" (?). Así cayó también la iglesia de Tequisquiapan, que cerraba la ciudad por el poniente. . . ¡Destruir un templo del siglo XVII hacer un jardín! ¿Y qué no podían haber creando el jardín a los lados o alderredor de esa pequeña, rara y bella iglesia?". De la Maza, 1969: