1686 Templo de San Francisco
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Sé encuentra construida esta iglesia y convento antigua plaza de San Francisco, hoy jardín Guerrero y dada la participación tan importante de los franciscanos en la fundación de San Luis Potosí, San Francisco viene a ser seguramente un monumento y recuerdo grato de los primeros fundadores de esta gran ciudad.
El templo de San Francisco, con las tres capillas que posee, alojó catorce magníficos retablos de madera sobredorada, una excelente sillería en el coro y el órgano tubular que es en la actualidad el más antiguo de la ciudad. San Francisco de San Luis Potosí custodia el tesoro pictórico más rico de la ciudad, y tal vez de todo el centro de la República. Cuenta con la colección más numerosa del maestro Antonio de Torres que pintó para los franciscanos de San Luis de 1719 a 1722. Existen magníficas pinturas del oaxaqueño Miguel Cabrera; de Correa, de Pedro López Calderón, de Miguel Ángel Ayala, de Salmerón, de Barragán y de otros pintores anónimos de los que existen numerosas obras.
La planta arquitectónica del templo es de cruz latina, con amplios cruceros y una magnífica cúpula ochavada que da lugar a la formación de las cuatro pechinas en las que se colocaron pinturas de Antonio de Torres representando a los cuatro Evangelistas
Inmediatamente después de cruzar la puerta principal de ingreso al templo, a mano derecha existe una pequeña capilla en el cubo de la torre grande que estuvo dedicada a Nuestra Señora de la Consolación; dicha capilla ostentó un magnífico retablo; actualmente la capilla está dedicada al culto de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, donde tiene su sede la Archicofradía del mismo nombre.
En el sotacoro, tres retablos de medianas dimensiones ocuparon el espacio, hoy casi vacío, de los muros; el de las ánimas, el de Santa Rosalía y el de San Salvador de Orta.
Pasando la bóveda del sotacoro, dos puertas se abren a ambos lados de la nave: la de la derecha da acceso a la que fue capilla del Santo Entierro y que ahora es puerta lateral. Naturalmente esta capilla también tuvo su retablo de madera sobredorada. La puerta de la izquierda daba acceso del templo al convento y de éste a aquél, por lo que los franciscanos del siglo XVIII la llamaron ''la Puerta de Gracia'' porque por ella se les concedía la gracia de ingresar al templo; actualmente esta puerta está cegada y la parte que perteneció al convento está ocupada por una funeraria (Funerales Ortega).
Pasando la bóveda del sotacoro de oriente a poniente, el cuerpo de la nave lo forman tres bóvedas de lunetos que simbolizan las tres virtudes teologales. Bajo cada una de ellas existieron los retablos de San Antonio, San Felipe de Jesús, San Diego de Alcalá y el de la Virgen de Aránzazu.
En el crucero derecho y paralela a la nave del templo se encuentra la Capilla de Dolores, compuesta por dos bóvedas de arista y que naturalmente tenía retablo de madera. Esta Capilla se construyó a iniciativa del licenciado Francisco Guerrero, Síndico del Convento, y de su esposa doña María de Uresti Bustamante, quienes solicitaron el patronato de la misma, pidiendo para ambos la gracia de ser sepultados en ella.
El amplio presbiterio albergó el retablo mayor, que fue colocado en 1715 a iniciativa de Fr. Juan de San Miguel y dos retablos más pequeños, el de Santa Ana y el del San Joaquín, como consta en el libro de cuentas del Convento de San Luis Potosí, que va desde el día 16 de febrero de 1715, fecha de la ''Congregación intermedia'', hasta el 30 de enero de 1717, fecha del Capítulo Provincial celebrado en la ciudad de San Luis Potosí, presidido por Fr. José Pedraza. Era entonces Guardián del Convento Fr. Antonio de Salazar. Entre los muchos aumentos que hubo se menciona el siguiente:
"Item. Se trajo de la ciudad de México un retablo de obra Corintia y Compósita con 33 (treinta y tres) imágenes de talla de santos de la orden todo dorado de oro limpio y tuvo de costo con los fletes $10,600.00 (Diez mil seiscientos pesos) solicitados por los muy reverendos padres FrayJuan de San Miguel y Fray Luis Atanacio''.
La fachada del templo mira al oriente. Fue realizada en la primera década del siglo XVIII; es una de las composiciones más armoniosas del barroco mexicano, pues lejos de recurrir a elementos muy elaborados, propios de su estilo, encierra en su planteamiento el más depurado misticismo franciscano convirtiéndose así en un verdadero ''Tratado Seráfico" en cantera rosa. ' Consta la fachada de tres cuerpos: el primero está formado por dos nichos y un vano -puerta principal-, en el nicho de la derecha se encuentra San Antonio de Padua, y en el de la izquierda San Buenaventura, el segundo cuerpo es opuesto al anterior, ya que está formado por dos vanos y un nicho central, en el que se representa al Seráfico Padre fundador de la Orden. Así nos damos cuenta de la belleza de esta fachada que consiste en que la disposición de los vanos es la misma, pero invertida, a la disposición de los nichos, logrando una perfecta armonía en la plasticidad de la fachada; el tercer cuerpo está formado por los escudos, a la derecha el de las cinco llagas, que simbolizan los estigmas recibidos por San Francisco. Al centro se encontraba el escudo real de España, por desgracia actualmente desaparecido en cumplimiento de una ley absurda que fue motivo de seculares mutilaciones en magníficas obras de arte; el escudo de la izquierda muestra los brazos y la cruz, que los franciscanos llaman ''de las conformidades''. El remate de esta excelente fachada lo constituyen tres esculturas de cantera que representan, las de los extremos, dos frailes, y la del centro, a San Luis, Obispo de Tolosa.
Podemos concluir que esta magnífica obra del barroco potosino es un exquisito tributo que los franciscanos novohispanos del siglo XVIII han rendido a la Santísima Trinidad: Tres son los cuerpos de la fachada, tres los elementos de cada uno de ellos, tres los cuerpos de la torre, tres los arcos de la portería, tres los votos de la Orden, tres los nudos del cordón franciscano y tres los recintos franciscanos en la plaza.
Así se asentó en el libro de cuentas del Convento que comprende del 23 de febrero de 1709, fecha de la Congregación intermedia, hasta el 9 de agosto de 1710, fecha del Capítulo Provincial. Este Capítulo se celebró en la ciudad de San Luis Potosí, presidido por el Padre Fray Juan de Sierra cuando era Guardián del Convento el Padre Fray Antonio de Salazar.
Entre los Aumentos se menciona:
Más se ha hecho todo el primer cuerpo de la portada de la iglesia hasta la cornisa de piedra de sillería con su capialzado de lo mismo habiéndose levantado por la parte de dentro y fuera desde los cimientos toda la pared de piedra de mampostería, hasta la ventana antigua del coro; en cuya obra se trabajó diez meses y catorce días y ha tenido de costo de maestros, oficiales, peones y materiales, mil ochocientos cincuenta y tres pesos. Mas se hicieron las puertas para dicha portada que tienen seis varas y cuarta de alto y cinco de ancho de madera de ayacahuite y cedro con toda la herramienta de chapas, abrazaderas para su duración y permanencia, las cuales tuvieron de costo al convento doscientos treinta y ocho pesos.
La cúpula del templo es una de las típicas de ocho gajos cuyas nervaduras corren ascendentes en el centro de los mismos.
Su bien proporcionado tambor luce arcos de buena factura que se apoyan en pilastras estípites, los azulejos resaltan la plasticidad total de la cúpula; éstos son blancos y azules, colores propios de la Inmaculada Concepción a quien está consagrado el templo y sacristía, y también la propia provincia franciscana de Zacatecas.
Respecto de la sacristía, juntamente con el templo del Carmen y la capilla de Aránzazu, es la plena conformación del barroco estípite en San Luis Potosí y se constituye, después del templo del Carmen en el espacio interior más hermoso que produjo la arquitectura religiosa novohispana del siglo XVIII. Esta circunstancia hace que se convierta, por lo mismo, en una verdadera gloria nacional en uno más de los innumerables méritos de los frailes franciscanos a quienes la patria mucho les debe y cuya cuenta difícilmente podrá ser pagada.
La construcción de esta sacristía se comenzó el día 8 de diciembre de 1749, festividad de la Inmaculada, a quien está consagrada. Es probable que la decisión de construir esta magna obra se haya tomado en el Capítulo Provincial celebrado el 3 de agosto de 1748. Otro factor que sin duda intervino en la realización de la sacristía fue la piedad y generosidad de don José de Erreparáz que era entonces Síndico General de la Provincia y Síndico Particular del convento de San Luis Potosí, y sin duda el hombre más rico de su tiempo.
La planta arquitectónica de la sacristía está compuesta por dos elementos bien definidos: el primero es el presbiterio, cuya forma absidal y estructura son del siglo XVII. En virtud de que no se pudo cambiar dicha forma, los arquitectos tuvieron que adaptar su diseño aprovechando esta constante, más que como un obstáculo, como un reto a su capacidad creativa.
El otro elemento que en planta juega un papel importante, es la disposición de los muros, que hacen que el espacio habitable de la sacristía esté regido por un eje de simetría. Este es uno de los grandes méritos de este venerable recinto, pues rompe con la tradición llevada hasta el cansancio de diseñar espacios en simetría a dos ejes.
Los arquitectos realizaron la planta con buena proporción, porque, aun cuando es unitario el espacio total, está comprendido por tres partes en perfecta armonía, dos de las cuales están compuestas por bóvedas y, la tercera, la parte central, por una cúpula ochavada.
Si la planta arquitectónica es interesante, más sorprendente es el resultado total de la sacristía, trabajada con un elemento que es su distintivo: el estípite. Esta presenta pilastras estípites monumentales que a los ojos del crítico de arte o para el visitante ocasional como sería tanto el local como el extranjero, podrán parecer una verdadera desproporción, más no es así, pues el hecho de alargar el cubo del estípite tiene una respuesta lógica: los estípites que soportan la cúpula, es decir los centrales, están casi exentos, mientras que el resto se configuran como pilastras adosadas a los muros.
El estípite es el distintivo de esta sacristía con el raro artificio de ''romper'' el paramento o paño de los muros, dándole a un muro dos o tres profundidades distintas, cosa que le da un carácter de mayor originalidad; así vemos como todo el muro poniente, al centro tiene una profundidad, mientras que los extremos, las partes ocupadas por las alacenas, presentan un plano diferente. Este rarísimo artificio le agrega un encanto más a la sacristía franciscana.
Esta sacristía presenta, además, dos aspectos que revelan la capacidad creativa de arquitectos y alarifes que participaron en su construcción. El primero, los muros, antes de llegar a la cornisa, se rehúnden o ''pierden su aplomo'', logrando así que los capiteles no queden ahogados en el muro y que la cornisa se presente más vigorosa en el arranque de los arcos; el segundo pone de manifiesto la sensibilidad de los arquitectos, dada la rarísima solución que dieron a las bóvedas que están sobre los accesos al presbiterio.
La sacristía está coronada en su centro por la cúpula ochavada y, como casi todas las cúpulas de San Luis Potosí, presenta ricos diseños tanto en su tambor como en los gajos de la misma; al centro de cada gajo se muestran ramilletes de flores trabajados en estuco; al centro de cada ramillete se pintaron los siguientes escudos: el de los franciscanos, el de los carmelitas descalzos, el de los juaninos, el de los jesuitas, el de los dominicos, el de los mercedarios y el de los agustinos; y, finalmente, el escudo papal, para completar los ocho gajos. En opinión de Rafael Morales, por ostentar esta cúpula dichos escudos, bien pudiera llamarse ''Cúpula de la Fraternidad Conventual''.
El templo de San Francisco conserva y custodia el tesoro pictórico más rico de la ciudad. Obras de gran valor y belleza se encuentran distribuidas en el templo, sacristía, claustros y capilla de Aránzazu. De no ser por el celo franciscano, estas obras, que son solo una parte de las que existieron originalmente en el convento, hubieran sufrido la misma suerte que el resto de ellas durante el siglo XIX; época de luchas intestinas, guerras y saqueos en nuestro país, cuyo resultado final fue la destrucción y pérdida total de un sinnúmero de obras que el Virreinato había heredado al México Independiente.
Como es de suponerse, al ser mutilado el Convento Franciscano de San Lui Potosí, desaparecieron un gran número de obras de arte de inestimable valor, cuya pérdida es totalmente irreparable.
No hay que olvidar que la pintura virreinal cumplió una importante función social en nuestro país, debido a que la variedad de formatos hicieron de ella la expresión visual idónea para desarrollar un panorama muy vasto dentro de la iconografía, convirtiéndose de esta manera en un motivo pedagógico de culto ornato.
De la obra pictórica que conservan aún los franciscanos en San Luis, destaca la ejecutada por el maestro Antonio de Torres, la cual consiste en una colección de cuadros sobre la vida de San Francisco de Asís, realizada de 1719 a 1721, además de algunas otras obras sueltas. Sin lugar a dudas, es por esta razón que la ciudad de San Luis Potosí posee la colección más numerosa de e te fecundo artista en todo el territorio nacional.
Los cuadros pintados por Antonio de Torres no guardan un orden cronológico en cuanto a los temas representados; esto no debe atribuirse a descuido de los frailes sino más bien a que fueron hechos para colocar e en los claustros y convento, pero al ser éstos demolidos se han ido colocando donde se ha podido. El orden de los temas es como sigue:
1. Nacimiento de San Francisco;
2. Bautizo de San Francisco;
3. San Francisco Frente al Cristo de San Damián;
4. Francisco renuncia a sus bienes y a su padre;
5. El Sueño del Papa Inocencio III;
6. Inocencio III aprueba la regla de San Francisco;
7. San Francisco con la Virgen y el niño Jesús;
8. San Francisco combate la herejía;
9. San Francisco y las tentaciones;
10. La entrada triunfal a Asís;
11. Muerte de San Francisco;
12. San Francisco se aparece a los frailes en un carro de fuego.
Todos estos cuadros revelan un profundo sentido de la composición, gran armonía y equilibrio de los personajes, además de un profundo conocimiento de la mística franciscano; y no es para menos, debido a que este prolífico artista fue gran devoto de la Orden Franciscana y terciario franciscano. En estas pinturas predominan los tonos cálidos en base a los cafés y ocres. La obra más relevante de Antonio de Torres la encontramos en el coro del templo. En las pechinas originadas por la bóveda ochavada se representa a los padres de la iglesia: San Agustín, San Ambrosio, San Gregorio y San Gerónimo; aparecen además dos cuadros de singular belleza que representan uno a ''Santo Tomás en la Cátedra'' y, el otro, a ''San Buenaventura en la Cátedra'', ambos tienen las mismas dimensiones y son semejantes en la composición, trabajada con excelente técnica de claroscuro de gran calidad. Finalmente, una pintura ocupa el muro existente entre las dos ventanas que iluminan el coro y cuyas dimensiones son mayores que los descritos anteriormente. Representa un tema de singular belleza; en él aparecen ''Cristo y la Virgen con San Francisco y Santo Domingo''; al centro del lienzo está Jesucristo en una actitud severa y recia, sosteniendo en su mano derecha tres flechas de fuego, lo observa el Padre eterno con un rostro de asombro. En la parte inferior del cuadro, en actitud orante, a la derecha San Francisco de Asís y, a la izquierda Santo Domingo de Guzmán; en medio de ambos santos, un mundo sumido en las tinieblas del mal y del pecado, porque a través de dichos santos varones intercede la Virgen María, la cual, postrada de rodillas, vuelve el rostro a su hijo el Redentor. Esta pintura es quizá la mejor de Antonio de Torres existente en México.
Otro gran pintor a quien los críticos de arte e historiadores tienen en el olvido, tal vez porque su obra es menos extensa que la de Antonio de Torres o quizá porque sus pinturas no han tenido la difusión necesaria, es Francisco Martínez, de quien se conservan tres bellísimas pinturas en el templo de San Francisco de esta ciudad. La primera de ellas es la que representa a la Santísima Trinidad y que se ubica en el sotacoro del templo; es de regulares dimensiones, posee un buen manejo del color y gran finura en el trazo. Este cuadro conserva su marco original que es de madera labrada y sobredorada. La segunda obra de Martínez se encuentra en la sacristía en la parte central del muro poniente y ocupa todo el claro que existe entre los monumentales estípites. Su título es: ''La comunión de Santa Teresa''; en él logra una de sus creaciones más encumbradas: aparecen en la escena San Antonio, San Francisco y San Pedro de Alcántara, concelebrando la misa, el último de ellos da la comunión a Santa Teresa. Es una de las creaciones más depuradas en el panorama de la pintura potosina del siglo XVIII. La escena se desenvuelve en un espacio arquitectónico en el que un retablo churrigueresco jerarquizó el interior del recinto. La parte central de dicho retablo lo ocupa un lienzo con la Inmaculada Concepción, y a sus pies, en la puerta del Sagrario, se representa al Cordero Pascual. Los ornamentos que portan San Francisco y San Antonio de Padua son dalmáticas como las que se usaron en el siglo XVIII mientras que San Pedro de Alcántara viste una sencilla casulla con manípulos.
La calidad de tonos del retablo, ornamentos y alfombra, están muy bien logrados. En el extremo izquierdo del gran cuadro aparece la familia de don José de Erreparaz contemplando la escena devotamente. Llama poderosamente la atención la ropa y alhajas de la infanta doña Josefa de Erreparaz por la finura que el autor puso en sus trazos. En el ángulo inferior izquierdo del cuadro se lee: ''A devoción de don José de Erreparaz nuestro hermano Síndico General y particular de este convento''.
Finalmente, el otro gran cuadro de este mismo autor, en la sacristía, es una pintura cuyo título correcto es ''La pureza de San Francisco'', en él se muestra una de las revelaciones que tuvo San Francisco. En este cuadro aparece el Padre Eterno, manifestando la pureza de San Francisco por medio de un arcángel que lleva en sus manos una redoma18 conteniendo un líquido cristalino; en la escena aparecen aves, pequeños chorros de agua y un exuberante y formidable paisaje que nos recuerda que San Francisco es el poeta de la creación. En el extremo izquierdo del cuadro, escondido en los tonos verdes de la vegetación, aparece un fraile que apoya su rostro en la mano derecha, en tan to que con la izquierda hojea un libro, posiblemente se trate de Fr. Tomás Celano, que fue uno de los primeros biógrafos de San Francisco. Al borde de la nube en la que flota el arcángel, se lee la inscripción: ''A devoción de don José de Erreparaz nuestro hermano Síndico General y particular de este convento''.
Las obras escultóricas no son tan numerosas como las pictóricas pero son de gran calidad artística y un ejemplo de lo que produjo el Virreinato mexicano en este renglón. Las mejores muestras que se conservan en el templo de escultura barroca representan a San Pedro de Alcántara y a Santa Teresa de Jesús imágenes que pertenecieron a un retablo de madera, de gran calidad plástica, estofadas y de un fino encarnada; retablo que costeó la Sra. María Teresa Domínguez de Pastrana, según consta en la Escritura de Patronato.
En la Sacristía se encuentran cuatro esculturas que por mucho tiempo se creyó erróneamente que eran de factura guatemalteca, pero se ha comprobado que son mexicanas. Las cuatro representan a santos franciscanos: San Bernardino de Siena, San Juan Capistrano, el Beato Juan Duns Escoto y Jacobo de la Marca.
En el muro sur de la Sacristía, sobre la puerta que conduce a la Sala De Profundis, en el capialzado ", se encuentra la obra escultórica más bella del templo franciscano de San Luis Potosí (foto 18). El relieve es descubierto por dos ángeles que recogen un grueso cortinaje, sostenido en el centro por una sólida argolla que pende de la cornisa.
El tema que aquí se representa es doble: en el primer plano aparece la impresión de las llagas, por lo que el Serafín de Asís aparece suspendido en los aires. En el segundo plano aparece San Francisco concediendo a fray León ver y curarle las heridas; el rostro de San Francisco revela dolor y fatiga. Esta obra es un alarde de perfección en las formas y en el color. Erróneamente y algunas veces, a sabiendas, se ha dicho que es un bajorrelieve en cantera con el afán de sobre valorar su mérito; la verdad es que esta obra está trabajada en yeso, madera y lámina de oro, circunstancia que por ningún motivo disminuye su valor.
El mobiliario de la sacristía se conserva en muy buen estado. En la tribuna norte del coro de la iglesia se conserva el único órgano barroco que existe en la ciudad. Este ''rey de los instrumentos'' está sumamente dañado y mutilado; de no ser posible su restauración, merece, cuando menos, el más profundo respeto de quienes lo visitan o tienen acceso al coro. Consignamos la posibilidad de que este órgano, cuya realización es de la segunda mitad del siglo XVIII, se haya adquirido con el donativo que por vía testamentaria otorgó don Juan Jorge Pérez por la cantidad de $800.00 (Ochocientos pesos).